Hace pocos días este medio informaba de que la próxima edición de la fiesta del Pi de Sant Antoni de Pollença ya no contará con la presencia del gallo vivo en el interior de la cesta que se cuelga en lo alto del pino que los jóvenes intentan escalar. Así lo anunció el alcalde, Miquel Àngel March, en cumplimiento de la ley de Protección Animal, que prohíbe el uso de animales vivos en las celebraciones festivas. Se trata de una tradición de la que el Ayuntamiento no ha podido constatar la celebración ininterrumpida durante cien años, una de las excepciones que marca la Ley para este tipo de festejos populares. Efectivamente, la Ley 1/1992, de 8 de abril, de protección de los animales que viven en el entorno humano, en el ámbito de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares, en su artículo 4.2.c), establece que se permite el uso de animales en las fiestas que se hayan celebrado de forma ininterrumpida durante cien años, y siempre que no supongan tortura, lesiones o muerte del animal.
¿Por qué el legislador ha señalado como límite temporal los cien años? ¿Por qué autoriza el uso de animales en celebraciones que se hayan celebrado de manera continuada durante más de cien años? Si bien, ni en la exposición de motivos de la ley, ni en las sesiones parlamentarias durante la tramitación de la misma, se motivaba este límite temporal –recordemos que en Castilla y León el límite son 200 años- podemos deducir que se ha considerado que un hábito social se convierte en tradición –en Baleares, no en Castilla y León- cuando se ha venido celebrando durante más de un siglo. La tradición, entonces, justifica el uso de animales en espectáculos públicos. Es decir que los seres humanos consideramos que un uso social tiene especial relevancia y valor si se repite a lo largo del tiempo y es aceptado por la sociedad como algo propio, como parte de la propia identidad cultural y este especial valor justifica el trato denigrante a determinados animales.
Sin embargo, estas consideraciones plantean una serie de interrogantes. ¿Cualquier tradición es válida por el simple hecho de que se haya venido celebrando “desde siempre”? ¿Es la tradición algo perpetuo o tiene, como los seres vivos, una biología, un nacimiento, un desarrollo y una muerte? ¿La tradición puede justificar cualquier tipo de conducta?
Como bien explica la catedrática de Derecho Romano y Directora del Máster de Derecho Animal y Sociedad del ICALP (UAB), Teresa Giménez Candela, “La tradición no conlleva, por sí misma, la perpetuidad. Si es connatural a la tradición que se acepte por la sociedad y que forme parte del acervo de la cultura de un pueblo, ello no implica que lo que ha sido una tradición viva pueda dejar de serlo, porque los hábitos sociales van cambiando y lo que en un determinado momento era aceptable, puede dejar de serlo.” Pensemos, por ejemplo, en la devotio ibérica. Entre los guerreros íberos era costumbre realizar un suicidio ritual cuando moría su jefe. Esta tradición hace muchos siglos que se extinguió y ya no tiene lugar en las tierras de la península ibérica. Las madres talióticas, en mallorca, según nos relatan los historiadores romanos, colocaban la comida en los árboles y obligaban a sus hijos a alcanzarlas con sus hondas para poder comer. Tampoco ha perdurado esta costumbre. Entre los griegos de la antigüedad, era una tradición celebrar las victorias con holocaustos, es decir, con el sacrificio de cien bueyes, costumbre que desapareció hace ya muchísimo tiempo. Y, en sentido inverso, muchos hábitos actuales que consideramos intrascendentes darán lugar con el tiempo a costumbres y tradiciones.
Es el cambio en la mentalidad de los pueblos el motor de transformación de las tradiciones. Hoy nos parecen inaceptables muchas tradiciones patriarcales y por este motivo han dio desapareciendo. Hace décadas, en muchos pueblos era mal visto que una mujer casada entrara en una taberna, que votara, que trabajara fuera del ámbito del hogar familiar o que se dedicara a las artes. Algunas composiciones poéticas de Felix Mendelssohn eran de su hermana Fanny, a quien sus padres prohibieron dedicarse públicamente a la música. Que la mujer mallorquina no pueda participar como cossier cada vez encuentra más oposición y, poco a poco, se va abriendo esta posibilidad.
La mentalidad de las sociedades contemporáneas está mutando. Hoy no se consideran a los animales como simples cosas que se poseen, sino como seres vivos y sintientes que tenemos que respetar y tutelar. Este cambio está tan arraigado que ha sido recogido por el derecho para protegerlo. Maltratar o matar a un animal está prohibido por la ley y la ley en multitud de países, protege los derechos básicos de los animales, como ser la vida, la integridad física, la salud o un ambiente adecuado para su desarrollo. Este cambio, como decimos más arriba, constituye un motor de transformación de la tradición. Lo que veníamos haciendo para divertirnos ya no es tan legítimo como hace uno o dos siglos. No es ético, ni humano colgar a un gallo de un pino, rodeado de una multitud enfebrecida y perseguido por audaces jóvenes. No es ético ni humano perseguir toros por las calles o encerrarlos en una plaza para aguijonearlos y matarlos. No es ético ni humano encerrar de por vida a animales para divertir a los humanos en circos o en zoológicos. Como tampoco lo es experimentar con ellos para disponer de cosméticos más avanzados o abrirles el cráneo sin anestesia para fabricar analgésicos que nos quiten el dolor de cabeza cada vez más rápido.
Se hace necesario un profundo debate sobre nuestras tradiciones para renovarlas y limpiarlas de todo anacronismo. Ya no somos como éramos hace quinientos o cincuenta años. Ya no llamamos “señor” al terrateniente ni creemos que el sacerdote hable en nombre del Señor. Ya no rendimos vasallaje a ningún rey feudal ni lapidamos al infiel. No tratemos a los animales como diana de nuestros festejos o de nuestras frustraciones sublimadas en la catarsis festiva. No podemos seguir manteniendo aquellas tradiciones que nos impiden vivir los valores más éticos y profundos que hemos descubierto en el camino del desarrollo y el progreso humanos.
Francisco Capacete
Especialista en Derecho Animal
Abogado Animal
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